viernes, 28 de septiembre de 2018

Blanco

Madrugar un lunes es duro. Madrugar el primer lunes de septiembre es diabólico.
Este año la vuelta a la rutina se cebaba conmigo con una crueldad desmedida: reunión en la Facultad después del probablemente mejor verano de mi vida, con mi depresión postvacacional a cuestas, una mochila con un boli y un cuaderno... Y sin bata ni fonendo porque, total, seguro que no nos hacen rotar hoy.
Error.
Pasé por casa a toda pastilla para recoger mis cosas y fui volando bajo al centro de salud. El bar de al lado tiene un letrero con solera que reza "La Felicidad", que es lo único que me separa de mi destino. Tuve que hacerle una foto. Sinceramente, si el universo conocido al final resulta ser una simulación, tiene un gran diseño de niveles.
Me quedo un rato demasiado largo mirando el directorio intentando dilucidar, como si realmente me fuera a aclarar algo, si iba a encontrar a mi tutora en la segunda o en la tercera planta. Decidí optar por la segunda.
Si Cristóbal Colón tuviera mi orientación... Bueno, en realidad la suya debía de ser parecida, porque le pasaba como a mí: la mayoría de las veces me encuentro de casualidad. Estuve dando vueltas a la misma planta un buen rato hasta que encontré la consulta. En mi defensa diré que los pasillos son complejos hasta para una persona con el giroscopio íntegro.
Llegué a la consulta de la que iba a ser mi tutora y esperé pacientemente, nunca mejor dicho, a que terminara con la actual visita. Cuando salió me presenté con toda la dignidad que me quedaba después de ir de un sitio para otro, perderme y llegar a las 10 a rotar un día en el que yo no estaba mentalmente preparada. Me dijo que esperase un rato más.
Había pasado casi una hora y la sala de espera se estaba vaciando. Igual es que no ha caído en la cuenta de que los estudiantes tenemos que ver pacientes para aprender, pensé.
Una vez estuvo completamente vacía salió a mi encuentro, me reprochó mi tardanza (cuando una hora antes había ya encontrado incómoda mi mera existencia) y me colocó en otra consulta con un médico encantador.
A la mañana siguiente me levanté ligeramente menos descolocada. Me preparé para intentar cambiar dos nefastas primeras impresiones, la mía y la suya. Cuál es mi  sorpresa cuando llego al centro de salud, esta vez a la hora, y definitivamente me da calabazas rotacionales. Ya en sexto una se acostumbra.
Me redireccionó a otro médico, que para mí era uno de los personajes famosos en los que al final se convierten de forma irremediable los profesores de Facultad. Los recordamos, los imitamos y los citamos hasta la saciedad.
Cuál sería mi sorpresa cuando la persona superaría con creces al personaje.

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